“No los mates, para que mi pueblo no olvide; Dispérsalos con tu poder y abátelos, Oh Jehová, escudo nuestro. Por el pecado, por la palabra de sus labios, Sean ellos presos en su soberbia, Y por la maldición y mentira que profieren. Acábalos con furor, acábalos… Andes ellos errantes para hallar qué comer; Y si no se sacian pasen la noche quejándose”. Salmo 59.
En la historia de la criminalidad suele designarse como “Enemigo Público N°1” a un delincuente, usualmente el jefe o capo de una organización criminal, que por la gravedad y trascendencia colectiva de sus delitos, se convierten él y la mafia que lidera, en una amenaza para el orden y la seguridad pública que el Estado, por intermedio del Gobierno y las instituciones que detentan la fuerza o violencia legítima, está en el deber de preservar.
Tal amenaza deriva no sólo de la
violación a bienes sociales fundamentales mediante la comisión
sistemática y continua de delitos, sino, también del “poder material” que esos criminales logran acumular, precisamente, como resultado de sus hechos punibles. Poder
que se traduce en la disposición de enormes sumas de dinero líquido o
efectivo, y en la tenencia de armas de alto calibre, una suerte de
ejércitos irregulares, ilegítimos, ilegales, capaces de enfrentar de
manera paritaria a las fuerzas legítimas del Estado.
Con el poder económico ilícito,
los enemigos n° 1 del Estado y la sociedad logran permear las
estructuras del poder estatal responsables, ¡vaya paradoja!, de ejercer
la función represiva contra ellos y sus organizaciones. El soborno y las “nóminas invisibles”
de policías, jueces, fiscales, ministros gubernamentales,
parlamentarios, por parte del crimen organizado, es uno de los mayores
obstáculos para la persecución, encarcelamiento, juicio, castigo
legítimo de esos líderes del mal y sus secuaces, y desmantelamiento de
las organizaciones delictivas.
Ejemplos de ese tipo delincuentes hay muchos, pero detengámonos en dos particularmente emblemáticos. Alfonso Capone (1899-1947), alias “Al Capone” y “Cara Cortada” (por la cicatriz en su cara provocada por un navajazo) se convirtió en el Enemigo Público N° 1 de la ciudad de Chicago entre los años 20 y 30 del pasado siglo. En sus inicios criminales Al Capone, al servicio de otro delincuente, Frankie Yale, cometió al menos dos asesinatos en New York, antes de trasladarse a Chicago en 1919, junto a su mentor Johnny Torrio, ciudad donde comenzarían a delinquir bajo las órdenes de James “Big Jim” Colosimo, capo mafioso de la época (y tío de Torrio).
Poco tiempo después, Torrio
pasó a dirigir la banda luego del asesinato de su jefe en uno de sus
propios locales, no se sabe con seguridad si fue eliminado por Capone o por Frankie Yale. En cualquier caso, Torrio confió a Capone,
ya en los años veinte, la dirección de la organización de la banda,
dedicada a la explotación de la prostitución, el juego ilegal y el
tráfico de alcohol.
En 1925 Torrio se retira de actividad criminal y Capone asume definitivamente la jefatura de la organización delincuencial. Aunque probablemente nunca fue iniciado en la Cosa Nostra, rápidamente se asoció con la Mafia y se adueñó del hampa de Chicago
mediante la eliminación de todos sus rivales en una serie de
enfrentamientos hamponiles, o guerras entre bandas, excepto dos, la de Aiello y la de Bugs Moran.
A fin de lograr el control total del crimen organizado en dicha ciudad, los hombres de Capone mataron en un mes a todos los miembros de la banda de Aiello.
Así mismo, los enfrentamientos entre las bandas culminaron con el
acribillamiento en un garaje de los cinco jefes de la banda de Bugs Moran, el día de San Valentín de 1929. Aunque los detalles de la Matanza de San Valentín se discuten, y nadie fue procesado por el crimen, los asesinatos son atribuidos a Capone y sus hombres.
Capone creó el “Sindicato del Crimen” convirtiéndose en el “Rey del hampa” de Chicago
y a pesar de que su poder no fue mucho más allá de esa ciudad, su
nombre generaba temor y respeto entre los criminales y los estratos
bajos de la población. Después de deshacerse de sus rivales, Capone siguió enriqueciéndose por medio del tráfico ilegal de bebidas alcohólicas como consecuencia de la Ley Seca, y a través de su vasta red clandestina de salas de juego. Se calcula que en 1927 la fortuna de Capone ascendía a cien millones de dólares.
Aunque Capone siempre
hacía sus negocios a nombre de terceros y no había registros que lo
relacionasen con sus ganancias, las nuevas leyes promulgadas en 1927
permitieron al Gobierno Federal enjuiciar a Capone por evasión de impuestos, su única opción para encarcelarlo. Fue perseguido por el agente de la “Agencia de Prohibición” Eliot Nessy sus agentes incorruptibles “Los Intocables”. El agente-contador del Tesoro Frank J. Wilson, logró encontrar recibos que relacionaban a Capone con ingresos por juego ilegal y evasión de impuestos por esos ingresos.
El proceso y acusación ocurrieron en 1931. Al Capone
fue declarado culpable, el 17 de octubre, en cinco de los 23 cargos y
sentenciado a 11 años en una prisión federal. En un principio fue
enviado a una prisión de Atlanta en 1932. Sin embargo,
el gánster aún era capaz de controlar la mayoría de sus negocios desde
este centro, y se ordenó su traslado a la prisión de la isla de Alcatraz en agosto de 1934.
El cargo por evasión de impuestos fue la única posibilidad para el Gobierno Federal de encarcelar y enjuiciar al Enemigo Público N° 1 de la ciudad de Chicago. Y ello no sólo por la astucia para ocultar sus negocios ilícitos utilizando a terceros, sino por el control que Capone ejercía sobre la policía y jueces de esa ciudad por medio del soborno y las nóminas “invisibles”, que ya mencioné. El Gobierno Federal se vio obligado a designar un agente especial del Tesoro, un incorruptible, como lo fue Eliot Ness, para darle caza a Capone, protegido por la propia policía de Chicago.
Pablo Escobar Gaviria
El otro ejemplo emblemático es de nuestro tiempo y de nuestro Continente: Pablo Escobar (1949-1993), nacido en Antioquia, en la hermana República de Colombia. Los comienzos de Escobar
en el crimen organizado se dieron lenta pero inexorablemente, y a lo
largo de su carrera criminal, se sirvió de una extraña mezcla de
violencia, sangre, paternalismo y filantropía para lograr sus fines.
Mientras, por un lado, eliminaba sin piedad a sus competidores, ordenaba
asesinatos, estimulaba intrigas o conspiraba contra figuras influyentes
de la política o el Gobierno, por el otro, regalaba comida a los mendigos, erigía casas para los pobres de Medellín
o construía campos de fútbol para los niños de los suburbios, lo que le
proporcionaba un fuerte apoyo popular en los barrios más pobres de la
ciudad.
Escobar comenzó su carrera delictiva con pequeños timos, hurtos y trabajando para el rey del contrabando en Colombia Alfredo Gómez López “El Padrino”. A medida que fue creciendo se involucró en el hurto de automóviles en las calles de Medellín y pronto pasó a dedicarse al tráfico de marihuana hacia los Estados Unidos. Se le involucró igualmente en el secuestro y asesinato del industrial Diego Echavarría Misas en 1971, y del capo del narcotráfico Fabio Restrepo en 1975.
Primero actuaba como intermediario que compraba la pasta de coca en Colombia, Bolivia y Perú, para posteriormente revenderla a los traficantes encargados de llevarla a Estados Unidos. En la década de 1970 se convirtió en una pieza clave del el tráfico internacional de cocaína, asociado con Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, Jorge Luis Ochoa y sus hermanos Fabio y Juan David, fundó y lideró el denominado Cártel de Medellín que se hizo con el control de pistas, rutas, laboratorios y monopolizó el comercio ilegal desde la producción hasta el consumo.
En 1978 fue detenido por tráfico de
estupefacientes pero el proceso prescribió y quedó en libertad meses
después de su detención. No obstante, el proceso fue reabierto por la juez Mariela Espinosa, la cual también desistió de la investigación por amenazas contra su vida. Espinosa fue asesinada años después por orden de Escobar. Posteriormente llegaría a ser el séptimo hombre más rico del mundo según la revista Forbes. Fue dueño de una de las haciendas más extensas de Colombia, llamada Hacienda Nápoles, que se convirtió en su centro de operaciones.
Pablo Escobar estaba
entre los multimillonarios del mundo por su inmensa fortuna invertida en
edificios, viviendas, automóviles y haciendas. Es difícil calcular la
totalidad de sus bienes raíces como edificios, oficinas, fincas, locales
comerciales y casas, pero algunos datos hablan de más de 500 predios de
su propiedad. También poseía helicópteros, motocicletas, lanchas y
varias avionetas para transportar la droga a través de la difícil
orografía colombiana.
A fines de los años 70 comprendió que debía crear una “pantalla”
a fin de proteger su lucrativo comercio de drogas. Comenzó a cultivar
una imagen de hombre respetable, a contactarse con políticos,
financieros, abogados. Ocultando con astucia sus verdaderas intenciones,
Pablo Escobar construyó muchas obras benéficas para los pobres, entre ellas 50 campos de fútbol y un barrio entero llamado “Medellín sin tugurios”, también denominado “Barrio Pablo Escobar”.
Impuso la ley de “plata o plomo”, por la cual muchos miembros del Gobierno, policías y militares colombianos o aceptaban la “plata” (dinero) o les caía una lluvia de “plomo” (balazos). Se ganó, mediante la intimidación, el apoyo que lo llevaría a ser electo como Senador por el movimiento Alternativa Liberal. Fue invitado en 1982 a la toma de posesión de Felipe González, tercer Presidente del Gobierno español de la era democrática.
De esta forma, en su mejor momento logró
acumular gran influencia en múltiples estamentos legales, civiles,
económicos, religiosos y sociales de Medellín, de Antioquia y del resto de Colombia. Pero su “pantalla” empezó a derrumbarse en 1983, cuando el periódico El Espectador publicó una serie de notas que revelaban lo que realmente se ocultaba detrás de Pablo Escobar. El Congreso,
que en un principio mostró una actitud vacilante, levantó su inmunidad
parlamentaria, y se abrió el camino para que las autoridades empezaran a
perseguirlo. Por su parte el Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla (asesinado por orden de Escobar) lideró igualmente una investigación contra Escobar al comprobarse la presencia de dinero de dudosa procedencia en la política y en los equipos de fútbol nacionales.
Detenido y encarcelado Escobar logró fugarse. A fin de capturarlo, las autoridades colombianas crearon el Bloque de Búsqueda, un cuerpo conformado por la Policía Nacional, el ejército y la DEA. El Bloque de Búsqueda se dedicó a localizar a Escobar
hasta que, después de un año y cuatro meses de intensas labores de
inteligencia, el 1 de diciembre de 1993 consiguió rastrear y localizar
seis llamadas que el Enemigo Público N° 1 le hiciese a su hijo. Al verse acorralado intentó escapar, pero murió durante la huida de un disparo en el corazón.
Pablo Escobar se había convertido, sin duda, no en el Enemigo Público N° 1 de una ciudad, cual fue el caso de Capone, sino en el del Estado y la sociedad colombiana. Puso en jaque al gobierno de esa Nación. Con mayor poder económico que Capone, formó parte de una institución formal del Estado: el Congreso de la República.
Compró jueces, parlamentarios, policías, e igualmente ordenó asesinar a
funcionarios de la administración de justicia, incluyendo a un Ministro de Justicia, además de un candidato a la Presidencia de la República. Desafió al Estado, pero éste finalmente hizo valer su legítimo poder.
En esos dos casos emblemáticos (Capone y Escobar), las autoridades estatales impusieron la potestad soberana del Estado
para reprimir y liquidar esas amenazas al orden público y social
representada en delincuentes que mediante sus crímenes lograron acumular
un poder incompatible con la garantía de la seguridad ciudadana y la
paz pública. Pero, ¿Qué sucede cuando en un país el Enemigo
Público N° 1 no es un capo y su organización criminal, sino quienes
integran el propio “Estado”, es decir, el poder social supremo o poder
político organizado responsable por la vida, bienes y seguridad de los
ciudadanos?
Enemigo Público N° 1
Pensemos en la Unión Soviética de la era estaliniana ¿Acaso
no fue José Stalin el enemigo público N° 1 de los pueblos que
conformaban ese sistema totalitario?, ¿Cuántos asesinatos forman parte
de su haber criminal y genocida? En otros artículos publicados en este mismo espacio independiente, he escrito sobre ese “criminal de Estado”. Sólo en el seno de su propio partido, el Partido Comunista de la Unión Soviética, se calcula que ese asesino serial ordenó la ejecución de 500 mil de sus camaradas, incluyendo a la totalidad del Politburó
de le era leninista. Aparte de los 7 millones de ucranianos muertos por
la hambruna causada por la confiscación de su producción agrícola para
exportarla y obtener divisas para acelerar la industrialización del
imperio soviético. ¿Y los asesinados en los campos de exterminio del Archipiélago del Gulag? ¿Cuántos? ¿10, 15, 20 millones?
La Ciencia política
denomina déspotas, tiranos, sátrapas, dictadores, a esos hombres que
utilizan el poder del Estado para imponer regímenes dictatoriales, y en
sus extremos totalitarios, incluso les atribuye una determinada
ideología que de alguna manera justifica su proceder (Fascismo, nazismo,
comunismo), pero ¿Por qué no se los analiza desde el punto de
vista criminológico? ¿No son más asesinos y ladrones quienes se amparan
en el poder del Estado para cometer crímenes impunemente, que aquellos
que, al menos, se arriesgan desafiando ese poder?
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